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La tarde del martes 27 de diciembre de 2011, una columna de humo se asomó por el sector Olguín del Parque Nacional Torres del Paine, Región de Magallanes. La alarma se dio a los pocos minutos, pero los brigadistas de Conaf iniciaron el ataque de las llamas recién en la mañana del viernes 30 porque el lugar era de muy difícil acceso, excepto para el turista israelí que tuvo la brillante idea de hacer una fogata usando papel higiénico.
Cuando el incendio fue controlado a fines de febrero del año siguiente, 17.600 hectáreas de bosques y matorrales con más años de vida que nuestra república habían sido convertidas en ceniza. Por supuesto, la vida es prodigiosamente persistente y si ningún ser humano vuelve a meter la pata, Torres del Paine se llenará nuevamente de bosques, pero eso puede demorar siglos. Para acelerar el proceso es necesaria la intervención humana. Pues bien, diez años después del megaincendio, la Fundación Reforestemos subió en su cuenta Twitter (@Reforestemos_) una foto tomada inmediatamente después del incendio y una de hace muy poco, desde el sector del camping Pehoé, uno de los más dañados. La diferencia es notable.
Es la vida y la muerte. Suzanne Wylie, directora ejecutiva de Reforestemos, explica que a los pocos meses de controlado el incendio, hicieron una campaña para reforestar el parque. Pero el asunto no es llegar y plantar, dice. Las especies más afectadas fueron la lenga y el ñirre, pero el ñirre tiene la cualidad de ser un árbol con una alta resiliencia, es decir, se recupera solo. Se queman el tronco y las ramas, pero sus raíces resisten, lo que le permite generar nuevos brotes desde su base. El problema es la lenga. ‘Si se e queman el tronco y las ramas, la lenga muere’, explica Wylie. Para producirla, la lenga debe ser cultivada en un vivero, idealmente ubicado en el mismo parque para que se acostumbre desde un inicio a las condiciones de su destino final. ‘De hecho, el material genético es obtenido de los mismos árboles del parque’, dice Wylie.
El trasplante también es algo complicado. A los árboles se les coloca una especie de cilindro llamado shelter que los protege de los animales silvestres y del viento, y se los monitorea durante tres años. Si pasan ese tiempo, la especie ya puede sobrevivir sin protección. ‘Nosotros plantamos 22.400 lengas, pero hay sectores afectados por el incendio que aún faltan por atender’, dice Wylie. Con todo, el grueso del trabajo de reforestación en el parque Torres del Paine se lo lleva Conaf. Nelson Moncada, jefe del Departamento de Bosques y Cambio Climático de Conaf en la región de Magallanes, dice que el parque ha tenido tres incendios forestales desastrosos: en 1985, 2005 y el de 2011. Los tres suman 40.000 hectáreas afectadas, de las cuales 5.500 corresponden a bosques. ‘Conaf comenzó a reforestar el parque desde 2004 y a la fecha hemos plantado 1.057.454 plantas, principalmente lenga’, dice.
‘Pero una recuperación real no es solamente poner el árbol, es que se reconstruya todo el ecosistema boscoso. Eso quiere decir un bosque cerrado, donde haya un microclima producto de la sombra, con fauna superior e inferior, con hongos y líquenes. Y para que eso ocurra faltan unos cien años. Sin la intervención humana, ese bosque demoraría tres veces más en formarse’, afirma. Moncada dice que las lengas tienen una altura que bordea los tres metros, pero que la adultez la alcanzan a los 60 años, cuando llegan a los 15 metros. ‘A los 60 años las lengas recién empiezan a producir semillas y una especie adulta produce de manera óptima a los cien años. Es decir, a esa edad el bosque se puede expandir’, dice. Las lengas, agrega Moncada, alcanzan su edad óptima a los 300 años y su proceso de desgaste y muerte puede durar otros cien.
Soledad Corti Otaegui de Chile ha plantado 1 árbol en la Patagonia.