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Si bien el suelo puede ser definido como “la porción más superficial de la corteza terrestre”, dicha definición no hace justicia a la enorme complejidad, funcionalidad y servicios que presta para el desarrollo de la vida y los diferentes ambientes del planeta. El suelo se encuentra compuesto por una intrincada combinación de sólidos -como rocas y minerales, líquidos- como el agua-, materia orgánica -como seres vivos, microorganismos y material en descomposición-, y gases -como el oxígeno y el CO2 -, los cuales están en constante movimiento e interacción.
Cada uno de estos elementos es inseparable de la composición propia del suelo. Sus características, variación y composición harán que existan un sinnúmero de “tipos de suelo”, enormemente diferentes los unos de otros. Se encontrarán, dependiendo de la disciplina, varias categorizaciones del suelo, enfocados en sus minerales, materia orgánica o incluso sus características más visibles. Actualmente, predominan aquellas que descansan en sus características y compuestos fisicoquímicos, predominando la macro-categoría de suelos “arenosos, calizos, humíferos, arcillosos, pedregosos o mixtos”.
Sin embargo, esta no es la única categorización posible. Al igual que un cuerpo de agua tiene cientos de millones de organismos, desde peces, corales a zooplancton, un cuerpo de suelo es un sistema integrado en el cual se desarrollan y reproducen millones de formas de vida, la mayoría invisibles para nuestros ojos. Una pequeña porción de tierra puede encerrar un millón de bacterias, además de cientos de miles de células de levaduras y pequeños hongos. Una hectárea de tierra fértil puede contener más de 300 millones de pequeños invertebrados, tales como insectos, arañas, lombrices y otros diminutos animales.
Un suelo saludable no es necesariamente un suelo de alta cantidad de materia orgánica y con altos índices de humedad. Un suelo saludable podrá ser también un suelo mayormente arenoso, con buena disponibilidad de nutrientes y captación de la –poca- pluviometría del lugar. También lo será uno mayormente rocoso ubicado en cumbres alpinas. Lo relevante no es la alta cantidad de nutrientes para producir una “frondosidad” del material vegetal, sino la biodiversidad propia del ecosistema y su íntima relación con el lugar.
El proceso de degradación de un suelo es la pérdida o remoción de uno o más elementos físicos o químicos, con la consecuente pérdida de una o más cualidades y/o servicios. Esta pérdida puede ser resultado de acciones de origen humano (antrópico) o de procesos ambientales naturales, como la erosión por radiación solar, por viento o la escorrentía del agua. Algunas veces la degradación nace de una combinación de varios factores naturales. Por ejemplo, el suelo de una extensión de bosque que ha sido mecánicamente talado quedará desnudo, sin cobertura vegetal. Por ende, los factores naturales como la radiación solar, el viento e incluso el agua, impactarán directamente y sin resguardo alguno a dicho suelo, erosionándolo de forma directa y muchas veces agresiva.
En otras circunstancias, ocurrirá una erosión física, producida por la remoción mecánica del horizonte 0 (ej. primeros 30 centímetros), situación común cuando se desarrolla un proyecto urbano que involucra la construcción o pavimentación de ciertos lugares.
La actividad agrícola que se desarrolla en base a monocultivos, produce una pérdida de componentes químicos en el suelo, ya que origina la pérdida progresiva de biodiversidad y disminución de la microbiología, con altos índices de intoxicación por fertilizantes sintéticos y/o derramamiento o contaminación con sustancias ajenas al medio.
Los efectos de la degradación y erosión del suelo van más allá de la pérdida de tierras fértiles, pues conlleva un fuerte efecto en cadena sobre todo el ecosistema. Un suelo degradado pierde habitual y progresivamente su porosidad natural, resultando suelos compactados y quebradizos. Esto conlleva a su vez la pérdida de su capacidad de retener e infiltrar agua. Lo que implica suelos secos o áridos, en los cuales el material vegetal difícilmente podrá sobrevivir. Los horizontes superiores de los suelos degradados carecen de anclaje, por lo que son fácilmente desplazados por lluvias, ríos u otros, empobreciéndolos de toda forma de vida.
Hoy en día, el 33% de la Tierra se encuentra de moderada a altamente degradada debido a la erosión, salinización, compactación, acidificación y la contaminación química de los suelos. De acuerdo a la Novena Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), el “68% de la superficie de América del Sur tiene problemas vinculados a la degradación del suelo, lo que impacta gravemente en la productividad de una de las principales regiones agro-exportadoras del mundo”.
De acuerdo con el informe “Estado Mundial del Recurso Suelo” emitido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y el reporte del Centro Universitario Internacional de Barcelona17 (2020), entre otros, algunas de las principales amenazas a la calidad y salud del suelo son:
Soledad Corti Otaegui de Chile ha plantado 1 árbol en la Patagonia.